Director
Hoy vino a visitarme el director.
En un primer momento, pensé que venía para hablarme de la música, ya que es un gran aficionado a ella y sé que le incomoda mi indiferencia hacia algunos músicos de los que más valora. Por eso, después de haber ignorado los compases de Wagner durante dos o tres días seguidos, creí que su visita a la zona de las celdas, cosa harto infrecuente, por otra parte, se debía a mi actitud, y que había bajado hasta allí solo para reprocharme mi gesto, ya que Wagner es su preferido, y al mostrarme yo indiferente a los sones de Parsifal, La Valquiria o El Holandés Errante, tampoco él puede disfrutar plenamente de las dulces notas que se van desgranando por todos los rincones de su cómodo despacho.
Pero su presencia allí se debía a otros motivos.
En tono excesivamente formal, hizo preguntas sobre las condiciones de higiene, la comida, el carcelero... Después me habló de la duración de mi condena, de las rebajas en la pena por inscribirse en alguno de los diversos proyectos para reclusos, por el concepto llamado "buen comportamiento" ("-Y el suyo, dejando de lado sus gustos musicales, es ejemplar-"añadió sarcástico), de la reinserción...
- ¿Qué es la reinserción? - he preguntado tras una pausa.
- Oh, bueno - ha dicho él - Se trata de iniciar una nueva vida en el exterior, de hacer algo que sea útil a la sociedad en la que tendrá que vivir una vez concluya su condena...
- ¿Ahí afuera? - pregunto.
- Sí, claro. Cuando salga de aquí...
- Pero está usted equivocado - digo con energía - Sin duda, le han engañado, como a nosotros.
Despues de un silencio algo incómodo, añado:
- Ahí afuera no hay nada.
- ¿Cómo? - se sobresalta - Pero claro que lo hay. Puedo verlo cada día desde mi despacho. Casas, tiendas, autobuses, niños que van y vienen del colegio, automóviles que hacen sonar sus bocinas, parques llenos de flores al llegar la primavera, hermosas muchachas, árboles... Hay toda una vida esperándole en el exterior.
- Ahí afuera no hay nada - repito - Todo eso que usted cree ver, no son más que escenas pintadas por el carcelero y sujetas por fuera a su ventana. Son las mismas que hay aquí, en mi celda, al otro lado de los barrotes. Pura fantasía. Todo parece incuestionablemente real, pero más allá del papel en que están representadas esas escenas que usted describe, no hay nada. En tales circunstancias, salir es lo peor que podría ocurrirme. Además, le recuerdo que mi condena no contempla límite ni reducción algunos: Estoy condenado a perpetuidad.
Pero el director no ha escuchado mis últimas palabras. Repitiendo obsesivamente para sí que afuera no hay nada, se ha levantado y con el aire de un hombre abatido, ha salido de la celda sin despedirse de mí, sin reparar en la mirada de odio que me ha dirigido el carcelero. Algo me dice que, al menos durante algunos días, no habrá más música.


